todo puede hablarte de todo
Con mi hermana subimos al quinto piso de maternidad para ver a las guaguas. Nos paseamos de un lado a otro, pero nada. Se escuchaban los llantos dentro de las piezas que tenían carteles en las puertas; mi nombre es tanto y mis papás son tanto. Concluímos que el nombre Felipe nunca pasa de moda y que en los colegios habrán varias Florencias en un sólo curso.
Estos días en la clínica han sido como uno solo bien largo. Se me confunden entre sí, no me acuerdo a cuánta gente le he contado la misma historia, cuántas veces he contestado el teléfono para decir lo mismo (está bien, gracias por llamar, etc) cuántas veces he subido y bajado en el ascensor, cuánta gente he visto llorando.
A ratos me quedo dormida y despierto igual de cansada. Camino por los pasillos de memoria. Me siento en la sala de espera que da al San Cristóbal, a la Virgen, al teleférico. Me pongo los audífonos para no hablar con nadie. Suena una canción que quedará marcada para siempre con estos días. Miro como se va poniendo el sol, la tarde de verano, a las personas que pasan por la sala de espera con caras cansadas, los pacientes que salen a caminar lentito por los pasillos, afirmando sus batas. De lejos veo un funeral; alguien llora a gritos y se me cierra la garganta. Un ataud de madera clara, un niño que pregunta adonde lo llevan.
El sábado miraba a un niño que lloraba sentado en una silla de ruedas. Tenía un vendaje en la pierna y se secaba las lágrimas con los dedos. Se me cerró la garganta tan fuerte de nuevo que no podía tragar. Miré las caras de las demás personas, algunos pálidos, otros transpirando. Tuve que salir. Por la tarde una completa desconocida se deshizo en llanto justo a mi lado. Por un rato me quedé mirándola sin saber qué hacer. Su llanto era tan terrible que se me empezaron a caer solas las lágrimas también. Me agaché a hablarle y no me salió la voz. Sólo atiné a ponerle la mano en el hombro hasta que se calmó un poco.
Vuelvo a la pieza y todo ha salido bien. La anestesia atonta. Nos quedamos callados, con las cortinas abiertas, pensando en qué hubiera pasado si.