i was never young

Anoche, en una conversación con Orejón sobre todos estos reportajes sobre la Generación (inserte algo acá; Pinguino, por ejemplo) nos dimos cuenta que ya no estamos en edad de ser promesa. Ya pasó la vieja, ya no somos novedad para nadie. A ninguna persona le sorprende que uno tenga una colaboración en un medio a los 22, ni un trabajo cualquiera. Es lo que hay que hacer. A los 15, a los 17, todo el asunto es una maravilla que merece reportaje de portada. Pero todo iba más por el lado que es triste que los años estén pasando, de algún modo, y no estemos haciendo todas las cosas que íbamos a hacer. Esa revista, ser esa máquina productora de textos prolíficos que me llevaría lejos (¿dónde?) esos millones de guiones que todo el mundo tiene en la cabeza (hmm, ya) Llegamos tarde, a la generación equivocada, qué se yo. Residuos de la anterior. Ni ganadores ni perdedores, si el mundo de verdad se dividiera entre esas dos odiosas categorías. Gente nada.

Ya sé que aun soy un poco joven para quejarme por estas cosas. Que podría llegar alguien (mi mamá, ponte tú) y decir que aun me quedan muchos años para hacer cosas. Pero algo me dice que este letargo, que estas ganas de hacer y no hacer nada, el ánimo pendular, no son cosas que me pueda sacar facilmente de encima. Tengo que hacer algo al respecto y adivinen; me da lata. Porque todo esto de hacer cosas no se trata de reconocimientos ni de portadas, ni nada de eso. Se trata de vaciar un poco el cerebro y ya, aunque suene cursi, de expresarse. Mientras todos están haciendo posgrados, yo quiero sacarme 40 kilos de ideas inconclusas de encima. Atreverme a un poco más. Eso es.

Super depresivo generacional.

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